miércoles, 15 de agosto de 2012


Orgullo papá       

Por Gerardo Rozín      
Hay un momento en el que el padre se vuelve padre. No es una experiencia que ocurra siempre en las mismas circunstancias. Y no a todos les pega de la misma manera. La experiencia de alguien que la probó y le gustó. 
Eran las cuatro de la mañana. Le dije a la madre, “dejá, voy yo”, y con la convicción del cowboy que entra solo al Saloon, le hice upa y me lo llevé al pasillo que separaba nuestro cuarto del suyo. Mi hijo Pedro tendría apenas dos meses. Entraba la luz de la luna por la ventana, y aclaro que puedo hacer una gracia del estilo “gran momento Criollitas”, pero prefiero no hacerla. La paternidad tiene momentos Spielberg. Entonces, bajito, más Adriana Calcanhoto que Daniela Mercury, empecé: Solo voy con mi pena… sola va mi condena… La idea era sencilla, cuando llegara la parte de “marihuana ilegal…” el niño iba a estar dormido. Ocurrió, por cierto, eso y mucho más. No todo el mundo se hace padre en el mismo momento. Algunos lo sienten apenas el pis marca en un evatest la segunda rayita. Otros en el parto, y hay de los que sienten caer la ficha cuando pasan su primera cuota alimentaria. Yo me hice padre en aquel momento. Fue un segundo, mientras le hacía mi modesto tributo a Manu Chao. Le dije con la mirada “tranquilo, dormí, está todo bien, está papá” y él me devolvió lo que hoy sintetizaríamos en un “ok”.
Me dicen que para cuando este texto sea publicado la palabra “necesario” desaparecerá de la pregunta que lo disparó. “¿Es necesario ser padre?”, interpela una editora por teléfono y así descubro que prefiero no responder aquello que no me parece correcto preguntar. Es tan injusto el mandato que durante siglos fomentó el deber de tener hijos, como obligar a que una decisión tan íntima responda a una pregunta de esa naturaleza. Contame si está bueno ser judío. O padre.  Alcanza con que lo hayas elegido, lo vivas o no como algo necesario. La pregunta deja de ser retórica cuando habla de vos.
A mí me encanta ser papá. Y aunque no es algo que recomiende a todo el mundo, me asumo como una suegra de las parejas de mis dos mejores amigos. No quiero que se lo pierdan. No pasa una cena sin que averigüe si “están buscando” o sin que tire un “Elena necesita una primita”. Les conozco el paladar desde hace más de 25 años, y hay una clase de alegría que no debieran dejar de probar. 
Por lo demás, no tiene ningún sentido enumerar las contraindicaciones de traer hijos al mundo y hacer uso de balanzas que analizan cuánto tiene de bueno o de malo la decisión. Si alguien milita a favor del kirchnerismo no será porque desconozca cómo se la llevan las mineras, sino porque aún así comparte el modelo de país. Como el que votó por el socialismo no se sorprende si le decís que su candidato no tenía carisma. No entiendo, reconozco, cómo fue que votaron a los demás, pero cuando uno forma parte de un proyecto subestima sus aspectos negativos. Yo creo que está bien.
Integrar el equipo de los padres aporta una nueva mirada sobre el mundo, según la cual hasta tus propios viejos son evaluados en tanto colegas. Formás parte de un grupo de gente que en todo momento está conectado con algo más. La idea puede resultar no muy atractiva si se la aplica a un ejemplo sexual: ella, ponele, en cuatro, divina, y vos, mientras, en algún lugar tuyo, conectado a otro asunto. Ser padre implica vivir con la lucecita del msn encendida, pero sentir al mismo tiempo que en esa conexión hay algo más importante que en todas las demás. Volviendo al ejemplo sexual, todo es menos grave de lo que parece. De hecho, más de uno lo ha hecho con su camarita olvidando esa manchita verde en el extremo inferior izquierdo de la pantalla.
Vivir con otro, siempre, y desear para él más de lo que querés para vos mismo, es una experiencia feliz. El “no me quedo nunca más solo” que canta Vicentico, es más un festejo que una declaración de egoísmo. Por eso hay más belleza en cien canciones dedicadas a los niños que en varios boleros: “Para que te duermas, niño, de pelo trigo, yo le robo al aire viejo el canto de los grillos”, dice Jorge Fandermole en la canción de cuna más linda del mundo.  
Finalmente: ¿es necesario tener hijos? No creo, no me importa. Sí sé que mi vida tenía un sentido antes de que Pedro llegara, pero le agregó otro que me gusta más. Y cuando debo explicar cómo es la relación entre un padre y una niña digo: “Nadie me mira así”.
Hay, además, un pequeño placer nocturno e íntimo, que no me hubiera gustado morir sin conocer. Paso, unos segundos antes de irme a dormir, por sus cuartos. Me asomo unos segundos, sin entrar, y pienso que lo estoy haciendo bastante bien. Tan salame no soy. Ahí está. Dormido. Enorme. Tranquilo. Panza llena. Bajo techo. Siento algo parecido a un “Orgullo papá”. Y remata otra vez la canción de cuna más linda del mundo: “Que si usted me sueña el día un poco más bello/ yo me gasto la vigilia sólo para hacerlo"


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