sábado, 22 de septiembre de 2012

Valió la pena no tildarme ante el recuerdo de lo que fue. Caminar erguida, recoger algo de supervivencia, una excusa para encontrarte en algún remoto café, esperándome, vacilante. Escucho un saludo, desde la plaza de artesanos, no volteo, no importa. Camina delante mío, ese alguien cuyo rostro no descifro, de nada vale. Camina a mi par, me distrae, no puedo pensar. Apresuro mi paso, y lo pierdo en
 alguna que otra esquina.
San Martín, para romper con la monotonía que envuelve el cansancio y refleja frustración. Represión, es de la peor forma que puede uno sentirse. Pasé la noche enumerando, las formas en que me reprimo y me frustro y me canso y nada vale ya. Ni recordar la caricia ausente ni tu mirada buscando cuando despertábamos. Un refugio, y si mi vida es del tanto igual es porque hasta tengo contados las baldosas y porque me da miedo pisar un borde. Aunque el reflejo de mi rostro, en el auto amenazando mi paso me recuerde que todavía estoy viva. Que cargo con todo lo que conlleva (y no) ser Carolina, ser, ser lo que imagino, ser lo que esperan, y ser y no. Es gracioso cómo en cada habitación cambio mi piel y mi voz, cambio mi profesión y hasta a veces, mis principios.
Sin embargo, pasé San Juan, otra más y los libros de vidriera me empujaron en opuesta dirección y los ojos grises del otro lado del vidrio... LLevaba tu perfume, te pensaba. Me pareció gracioso cómo puede haber cientos de personas en un mismo cuerpo, lugar : lo que imaginamos, lo que piensan, lo que somos, fuimos, ser y no.
Heráclito, olvidamos el río y por qué es necesario ver la reproducción de tantas caras, de por qué es necesario volver a reflejarnos. Pero no volvernos árbol, Narciso. Porque debemos plasmar mirada, en el vidrio del auto que impide nuestro paso.

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